viernes, 31 de diciembre de 2010

PROPÓSITOS PARA EL NUEVO AÑO

Empieza un nuevo año y es la hora de hacer propósitos: definir un objetivo, planificar la manera de alcanzarlo y ponerse en marcha. ¿Fácil, difícil? Según qué, según cómo, según cuándo. Si repaso los objetivos que me planteé para este año que termina, encuentro que la mitad no los he logrado, y la otra mitad sí... pero no gracias a mí.
Empiezo a dudar de la utilidad de hacer propósitos. Si algo te motiva, vas a encontrar tarde o temprano la manera de lograrlo. Y si no te motiva, me temo que no merece la pena esforzarse en conseguirlo.
Proponerse conseguir algo debería implicar que ese algo lo deseas tú, y no tu ego, algo que no es fácil de distinguir.
Por otro lado, hay tantos factores en juego que quizás sea pretencioso pensar que vamos a conseguir algo que nos propongamos. Tendemos a sobreestimar el control que tenemos sobre nuestra vida. Pensamos que si hacemos tal cosa, obtendremos esta otra. No es tan fácil. Se tienen que dar muchas condiciones ajenas a nosotros para poder llevar algo a cabo, más de las que creemos, y finalmente podemos no obtener lo que esperábamos, u obtenerlo pero no valorarlo, u obtenerlo cuando ya no nos interesa.
Hay una frase que dice: "Si quieres hacer reír a Dios, cuéntale tus planes". Y otra que dice: "En la vida hay dos tragedias: una, no cumplir tus sueños; la otra, cumplirlos"
Este año no me voy a proponer nada. Intentaré dejarme llevar, y aceptar lo que venga. Puede que consiga cosas, o puede que no, pero ya me he cansado de reprocharme que no he cumplido cierto objetivo. Y de tener que forzarme a hacerlo. Las cosas o se hacen o no. O salen o no. Y punto.
A aquellos de vosotros que os hagáis propósitos, os deseo... que seáis felices. A los demás también.
Feliz década, feliz año, feliz día.

miércoles, 15 de diciembre de 2010

PARADOJAS

La vida es paradójica y contradictoria por naturaleza. A veces ser felices nos hace llorar. Hay caricias que arañan. Nos cansamos de no hacer nada. Las luces nos ciegan. Corremos para no llegar a ninguna parte. Somos niños con canas, o ancianos con acné. Lo más pequeño es a veces lo más grande. Las pastillas matan. Para ganar hay que saber perder. Decimos sí cuando queremos decir no, y al revés. No se necesitan palabras para hablar. Nos perdemos para encontrarnos. Los payasos lloran. Las cosas aparecen cuando se deja de buscarlas. El amor duele. Somos tan pobres que sólo tenemos dinero. Se ignora lo que se tiene y se sueña con lo que falta. Los placeres envenenan. Mientras más damos, más recibimos. El dolor cura. Lo que más se esconde es lo que más se ve. La mejor compañía es estar solo. Se habla para no decir nada. Un beso nos traiciona. Lo más inteligente es hacerse el tonto. Mientras más tenemos más queremos. Terminar significa volver a empezar. El asesino reza por la víctima. La seriedad nos hace reír. El que más pregunta es el que más sabe. Vamos despacio porque tenemos prisa. La vida nos sonríe y nuestro corazón llora. La muerte nos vive y la vida nos mata.

La verdad, el amor, la meditación, el éxtasis, la felicidad, todo lo que es bello y verdadero existe en forma de paradoja. No podemos huir de ella, forma parte de la misma esencia de la vida. Lo irracional, lo ilógico, es intrínseco a nuestra naturaleza. Como decía aquel verso de Sabina: “la vida no es un bloc cuadriculado”. La vida es quietud y movimiento, pena y gloria, luz y sombra, blanco y negro...

Cada lágrima contiene la semilla de una hermosa y reluciente flor.


miércoles, 1 de diciembre de 2010

ACUMULAR COSAS

- Cuánta porquería ¿no?
- ¿Has visto?
- Eso significa que eres pobre (cómo me gusta dar caña).
- En todo caso querrá decir que soy rico...
- No, al contrario.
- Por eso se caracterizan los ricos, por acumular cosas.
- Los ricos no acumulan, los ricos gastan. Los que acumulan son los pobres, por miedo a perder lo que tienen.

Estaba en casa de un amigo, ayudándole en la ¿mudanza? Eso fue lo que me dijo, pero el apartamento requería una limpieza previa; es absurdo trasladar cosas que no necesitas. Era considerable la cantidad de material que había acumulado con el tiempo. Se da la circunstancia de que ha vivido en cinco países diferentes, pero después de tanto trajín no ha terminado aprendiendo a relativizar el valor de lo material, a prescindir de lo superfluo, a caminar “ligero de equipaje”, como diría Antonio Machado.

Es algo habitual, acumular cosas: libros, mapas, apuntes, dvds, souvenirs, objetos que dejaron de funcionar, o que sustituimos por otros, y no tiramos “por si acaso”. Un por-si-acaso que rara vez llega. Leí una vez que hay que deshacerse de las cosas que tendemos a acumular, pues indican que tenemos una mentalidad de escasez, de que no tenemos suficiente, mientras que si nos desprendemos de lo innecesario propiciamos el espacio adecuado para que entren en nuestra vida nuevas experiencias, personas, etc.

El hecho de acumular fácilmente deriva en desorden. Y el desorden, está claro, complica las cosas. “El orden exterior lleva al orden interior”, leí hace poco sobre el feng shui. Y viceversa; la realidad externa es una proyección de la interna. Recuerdo cómo más de una vez, cuando me he sentido vulnerable emocionalmente, me he precipitado a ordenar los cajones, los papeles, los armarios. Y aún hoy día, cuando a veces decido hacer limpieza, siento cómo mi estado de ánimo mejora a medida que voy deshaciéndome de todo lo que no necesito.

Así, demasiado desorden exterior puede indicar una mente caótica, y el exceso de orden una mente rígida, vulnerable. Lo ideal es un mínimo de orden y un máximo de desorden.

En definitiva: conviene tener claro que acumular lleva al desorden, el desorden conduce a la ineficacia, y la ineficacia atrae los problemas. Lo mejor que puedes hacer es contactar conmigo si quieres desprenderte de aquello que te sobra: dinero, joyas... te sentirás como si flotaras, y yo me sentiré orgulloso de que estas palabras hayan servido de algo.

martes, 16 de noviembre de 2010

BUSCAR UN SENTIDO


Antes solía buscar un sentido a mis sufrimientos pasados. Me parecía el peor de los fracasos haber sufrido para nada. No podía limitarme a hacer una vida cualquiera tras sobrevivir a tantos infiernos. Tenía que hacer algo con mi vida, algo útil, algo importante.

Hoy pienso que quizás no tenga importancia saber por qué o para qué sufrí. Tal vez el sentido de todo aquello fue llegar hasta aquí, llegar a este momento. ¿No es suficiente, después de todo?

¿Volveré a bajar al infierno? Es una pregunta que me asalta de vez en cuando. Es tanto lo que he sufrido... ¿cómo podría soportar volver a pasar por aquello? Preguntas, miedos... desvaríos mentales.

No hay nada a lo que aferrarme. No puedo estar seguro del pasado. Viene y va, cambia, se disfraza y se ríe de mi, porque me engaña al hacerme creer que sigue vivo. El color con que se viste cambia según el momento que estoy viviendo. Lo que olvido, lo que recuerdo, es voluble e inestable.

Tampoco puedo estar seguro del futuro. Mis proyectos, mis planes, mis deseos, mis sueños, no son más que pompas de jabón zarandeadas por el viento, la lluvia y la nieve en una realidad indiferente. Todo es posible. Lo mejor y lo peor. ¿Miedo? ¿qué miedo? No hay nada que temer. ¿Esperanza? ¿qué esperanza? No hay nada que esperar. No hay nada.

Sólo esto. Sólo aquí. Sólo ahora.

martes, 2 de noviembre de 2010

HABLAR CON UN VIEJO


Hoy no me resisto a compartir un artículo que leí hace unos años del locutor y periodista Carlos Herrera. La vejez, el amor, la vida... espero que os guste.

HABLAR CON UN VIEJO

Recuerdo que aquél era un viejo pastor de la sierra de Córdoba. Como buen pastor, cuidaba ovejas; y también cuidaba el verbo seco y sentencioso de los que llevan mucho hablado. Yo le llevaba tabaco y, a cambio, él me contaba historias de aquel pueblo en el que yo estaba prestando el servicio militar. Su conversación era calmosa, como su tiempo de espera, como el latido pausado de su corazón. Creo que su vida estaba escrita en las arrugas de su semblante: la guerra, el hambre, la subsistencia, los hijos, los nietos y finalmente el abandono. También las ovejas, las cabras, los perros. Todo se entreveía en cada pliegue de una frente aún altiva y gallarda, acostumbrada a otear el verde límite del paisaje y a cobijar en sus adentros los recelos propios de un solitario. He hablado mucho con los viejos: los he tenido próximos, en casa. Eran, como el viejo pastor cordobés, hijos de los años arrevesados y cainitas; eran víctimas de años peores, de aquello que siempre fue conocido por la necesidad. Su conversación, por tanto, estribaba en puntualizar las diferencias entre la nada y la abundancia, y en ello se especializaban día a día. Pero en cambio, salpicaban su cháchara de lugares comunes: gracias a ello podía yo saber cómo era la calle, el barrio, los arrabales, el centro, tantos años atrás; aquí había un parque, allá una mercería, aquello no existía... Se convierten en museos andantes, incorporando a su memoria los testimonios de muchas vidas comunes y consiguen con ello abrumar a una joven parroquia cuando abren sus puertas. Son viejos de misa y Dios, que han visto casarse al cura y resignarse al Cristo. Son viejos, tal vez, de vieja rabia inconformista y rebelde, que se negarán a ceñirse a una decadente partida de dominó. Viejos de mirada perdida y juventud imposible, la nada, la lucha, la guerra, el hambre, los desvelos, ahora ya el aburrimiento. Están en todos los parques, alimentando palomas y dando de comer al niño triste que llevan dentro.

Cuando les veo, aposentados en su banco, siento muchísimas ganas de sentarme a su vera a hablar con ellos. Cualquier excusa vale: el tiempo, tal vez sea la mejor. Lo hago a menudo; ¿qué tal hoy por aquí, señora?, con eso vale para iniciar la charla sobre el ayer. De dónde vienen, quiénes fueron, cuál fue su peripecia, cómo eran sus bailes, sus noviazgos; me gusta saber a qué jugaban de pequeños, cuánta comida había entonces, cómo fue su boda. Es como una entrevista a uno de los grandes actores de la vida. Les pregunto por lo que pudo haber sido y no fue, por acabar de saber si, de verdad, tendemos a idealizar lo que no tenemos. Así me cuentan los pretendientes que tuvieron o lo pronto que se fueron sus padres, y me doy cuenta de que un viejo sigue añorando a sus padres y a los padres de sus padres. Veo entonces que los rigores de la ausencia no siempre los cura el tiempo, que los arañazos pasados dejan surco inevitable en ese algodón dulce que es la memoria.

Julio era un viejo ferroviario al que conocí poco antes de que muriera. Era un anciano cascarrabias, poco amigo de contar su vida, y del que yo sabía algo porque tenía el altísimo honor de haberme ganado su confianza y algo parecido a su aprecio, que consistía en que no juraba en arameo sólo con verme, cosa que sí ocurría con los demás. Yo entonces servía en los ferrocarriles y él pasaba las tardes en la Estación de Sevilla viendo cómo partían los trenes, es decir, familiarizándose con el adiós.

Su abnegada mujer venía muchas tardes a buscarle; compartían alguna hora de silencio y luego, silenciosamente también, la larga marcha de vuelta hacia el hogar. Julio refunfuñaba por todo, por todo gruñía y centraba en su santa esposa el vértice de todos sus contratiempos: que si no te has acordado, que si no has venido, que si para qué quiero esto, que si así, que si asá. Jamás hubiera imaginado a Julio amando a aquella mujer, tan prudente y solícita. De hecho, jamás hubiera imaginado a Julio amando a nadie que no fuera a sí mismo. Sin embargo, una tarde de otoño, melancólica y opaca, me contó aquel viejo fogonero en qué momento del tiempo se encontraba la cima de todas sus pasiones y el por qué de sus tardes perdidas en los trasiegos de tanto andén.

Ahí, me dijo, había conocido a la mujer más hermosa que jamás contempló en el mundo, en el pescante de un viejo tren con destino a cualquier parte, muchos años atrás. Era, me decía, una princesa deslumbrante y delicada, capaz de hacer que cualquier hombre perdiera la compostura y el recato sólo por mirarla. Aun de ir rebozado en hollín, se acercó a ella y le tendió una temblorosa mano para auxiliarla en su bajada; ella la tomó, descendió, y luego bajó sus ojos prudentemente. Sólo cupo, me decía el anciano, enamorarme hasta el ahogo, seguirla hasta su casa, verla secretamente todos los días, amarla de perfil. Era la más resplandeciente mujer que jamás vieron los hombres, tanto, que se enamoró perdidamente de ella y, secretamente enamorado, vivió todos los días que pasaron desde entonces.

Vehemente y fervoroso Julio. Su crónica era la de un amor secreto e imposible, el relato de un callado imán que le traía cada tarde al banco de aquel andén, donde guardaba celosamente la vergüenza del amor, donde seguía mirando tren a tren, por si otra vez volvía su joven amada a precisar la mano atenta de un exiliado de la vida.

Pero quedarse ahí era quedarse con la historia a medias: lo mejor de las películas está en el desamor y el desencanto. Acabé preguntándoselo:

  • ¿Qué pasó con aquella muchacha, Julio?

Nunca olvidaré cómo volvió su cabeza hacia mí. Se vislumbraba el desdibujado poso de la emoción en sus ojos. Están clavadas en mi memoria las palabras breves y temblorosas en su voz de tabaco y carbonilla.

  • Me casé con ella. Supongo que estará al llegar.


viernes, 15 de octubre de 2010

HE APRENDIDO

A lo largo de mi experiencia vital hay algunas ideas que he aprendido –que sigo aprendiendo- y que considero fundamentales a la hora de aprender el arte de vivir. Cada persona tendrá las suyas, y las mías son las siguientes:

Trata de centrar tu atención en el presente. Es una manera efectiva de simplificar problemas. Mientras más amigo seas del ahora, más te tratará la vida como un amigo.

No busques a alguien a quien amar, sino la manera de amar. De amar el arte, la cultura, la naturaleza, las personas, de amarte a ti mismo. Si tienes amor para dar, el amor terminará llegando. Y si no llega, te tendrás a ti mismo.

Enfréntate a tus miedos. Son monstruos de papel, corderos disfrazados de lobos, molinos y no gigantes; en definitiva: farsantes especializados en robar vida. Si huyes se harán más grandes, si les plantas cara se retraerán. No le des tregua.

Ábrete, comunícate, relaciónate. Compartir las alegrías las multiplica, compartir las penas las divide. Los demás están para contribuir a tu felicidad, y tú para contribuir a la de ellos. No les tengas miedo. Nadie es superior ni inferior a ti. Todos somos compañeros de vida, todos queremos ser felices.

Nunca digas de esta agua no beberé. La vida es un misterio, una sorpresa, una maravilla que fluye, cambia y sorprende constantemente. Cultiva la flexibilidad y todo será más fácil.

Ten esperanza. Donde hay esperanza hay vida, y donde hay vida debe haber esperanza, porque si no la vida se marchita y termina muriendo. No se trata ya de esperar lo mejor, ni siquiera lo bueno, sino de no evadir la idea de que en la mayor de las oscuridades siempre cabe alguna posibilidad, por mínima que sea, de que ocurra algo inesperado. Wayne Dyer dice que “nadie sabe lo suficiente como para ser pesimista”.

Ten fé. Cree en ti, cree en tu sueño. Querer no siempre es poder, pero lo es con mucha más frecuencia de la que creemos. No sabrás si puedes hasta que no lo intentes, y si lo intentas y no puedes, al menos habrás vivido. Sólo el que no lo intenta muere antes de tiempo.

domingo, 3 de octubre de 2010

DECISIONES IRRACIONALES



Hace tiempo leí un libro titulado “Las trampas del deseo”, de Dan Ariely. Este autor afirma que el ser humano tiene una tendencia a creer que controla sus decisiones basada en su propios deseos antes que en la realidad. Son errores irracionales que ejemplifica a través de experimentos como éste:


Cogieron a un grupo de médicos y les presentaron individualmente un caso de estudio de un paciente: un granjero de 67 años que había estado sufriendo de dolor en la cadera derecha por un tiempo. Le dijeron a cada médico: “decidiste hace una semana que no hay ningún medicamento que le funcione al paciente, así que le sugieres una terapia de reemplazo de cadera”. El paciente está, por tanto, esperando a ser operado de la cadera. Es entonces cuando a la mitad de los médicos le dicen: “ayer cuando revisaste el caso del paciente, te diste cuenta de que olvidaste probar una medicina, no probaste Ibuprofeno, ¿qué haces? ¿echas para atrás la operación e intentas el Ibuprofeno, o dejas que sigan para adelante con la operación?” La mayoría de los médicos, en este caso, decidían antes probar el medicamento.


Al otro grupo de médicos le dijeron: “ayer cuando revisaste el caso, decidiste que había dos medicamentos que no habías probado, Ibuprofeno y Piroxitam. ¿Qué haces? Y si la echas para atrás para probar Ibuprofeno o Piroxital, ¿cuál de los dos?” Y aquí viene lo bueno: la mayoría de los médicos deciden en este caso seguir adelante con la operación. El motivo: dar marcha atrás se hace más complejo. Hay una decisión más que tomar: ¿operación o medicamento? y ¿medicamento A o medicamento B?


Así, con frecuencia nos consideramos dueños de nuestras vidas, autores de cada una de las decisiones que tomamos en el día a día, sin sospechar que muchas de ellas ya han sido tomadas por fuentes externas a nosotros. Quizás saber esto nos lleve a no tomarnos demasiado en serio a la hora de tomar algunas decisiones. Nunca tendremos al 100% el control sobre nosotros. Puede ser deprimente... o estimulante.


Tú decides. ¿O no?

martes, 14 de septiembre de 2010

LIBROS


Cuando tenía dieciocho años me dio clase en el instituto un profesor que nos sugería a mis compañeros y a mí que leyéramos. Así, sin más. Lo hacía con cierta frecuencia, hasta que me pregunté: ¿qué tendrá eso de leer que parece tan bueno? Yo, que hasta entonces había leído poco más que los libros de texto, empecé a leer suplementos de periódicos, relatos... y poco a poco fui encontrando un lugar donde refugiarme de los embates de mi soledad adolescente; un sinfín de vidas a través de las cuales percibir otros mundos; un compendio de la sabiduría acumulada a través de los siglos; un tesoro inagotable de ideas y emociones. Me lancé a una carrera desenfrenada por leer todo lo que pudiera: novela, poesía, psicología, filosofía, autoayuda... Según Joaquín Sabina, “si lees nunca estarás solo”, y yo me parapeté tras los libros para huir de esa “amante inoportuna que se llama soledad” (otra vez Sabina).

La biblioteca se convirtió en mi segundo hogar. No leía libros, los devoraba. Hasta que la vida me fue enseñando que no todo está en los libros. En ellos hay mucho, muchísimo, pero no está todo. De nada servía todo lo que leía si al final me olvidaba de vivir. La lectura tenía que ser un medio, no un fin. Como todo, tenía que ser tomado con moderación. Más interesante era leer poco y releer mucho. Porque releyendo es como asimilamos esa lectura y la hacemos nuestra para llevarla donde quiera que vayamos. Sabía de qué hablaba aquel que escribió: “A los ignorantes les aventajan los que leen libros. A éstos, los que retienen los leído. Y a estos los que ponen manos a la obra”.

Hoy recuerdo con una tímida sonrisa a aquel adolescente que pasaba horas en las bibliotecas y librerías buscando un poquito de esa luz que los libros describen, pero que solo te ilumina si le abres al mundo tu corazón.

martes, 31 de agosto de 2010

EL FIN DE LAS VACACIONES

    Dios, qué locura –pienso cada vez que despega el avión en el que viajo-. Doscientas personas en el interior de un aparato que echa a volar hasta alcanzar alturas de miedo. Una locura... Pero todo lo que empieza acaba: el viaje, las experiencias, las vacaciones. Y como siempre: dar gracias. Por las comidas que compartí con las personas que quiero, por las novedosas y bellas imágenes que acariciaron mis retinas, por las sorpresas que recibí, por las desgracias que no ocurrieron... por haber empleado con satisfacción un tiempo de ocio que a mucha gente se le atraganta. Dice el psicólogo Mihaly Csikszentmihalyi que el más fácil disfrutar del trabajo que del tiempo libre. La explicación es que “el trabajo tiene metas, retroalimentación, reglas y desafíos, todo lo cual consigue que uno se implique en el trabajo, se concentre y se pierda en él. El tiempo libre, por otra parte, no está estructurado, requiere de un esfuerzo mayor para convertirse en algo que pueda disfrutarse”.

Todo lo que viví en ese tiempo libre quedará en las fotos, en la memoria y en cada una de mis células, rejuveneciendo mi alma y aderezando una vida que en breve volverá a familiarizarse con el despertador, el trabajo y una rutina susceptible de caer en la trampa de sumergirse en la melancolía de días sin tiempo y aromas cálidos, pero que tratará de sortearla para enfocarse en el infinito presente y seguir creando momentos dignos de ser recordados, que no son aquellos en los que nos enamoramos o cumplimos nuestros sueños, sino aquellos en los que vivimos despiertos cada segundo, reflejando la belleza que nos rodea, fluyendo en esta misteriosa danza que poco a poco se va volviendo más ligera.


lunes, 16 de agosto de 2010

LA MEDIA NARANJA

Atolondrados como estamos por las películas made in Hollywood y las telenovelas y las canciones de amor que ponen en la radio, mucha gente tiende a buscar y esperar a que llegue a su vida el príncipe (o la princesa) azul. Alguien que lo tenga todo: que sea guapo, inteligente, educado, simpático, cariñoso, bien situado, etc. Y con esta creencia llega el día en que se encuentran con la persona que más se asemeja a ese ideal. ¿Es perfecto? Seguro que no, pero las antojeras que te coloca el enamoramiento te hacen verlo así. Pasado el tiempo sale a relucir el verdadero yo del otro, y entonces te das cuenta que es guapo, que es inteligente, que es cariñoso... pero que no es alegre. Y como no es alegre resulta que no te llena, que no te sirve como pareja, que quieres otra cosa.

Cuenta Paulo Coelho una historia de alguien que salió al mundo a buscar a su pareja perfecta. Años después volvió a su pueblo y un amigo le preguntó si la había encontrado.
- Estuve en un pueblo del norte donde conocí una mujer guapa e inteligente, pero no era buena persona. Luego estuve en un pueblo del sur, donde conocí una mujer bondadosa y guapa, pero no era inteligente. En el siguiente pueblo conocí una mujer bondadosa e inteligente, pero no era guapa... Finalmente llegué a un pueblo donde encontré a una mujer que era guapa, inteligente y bondadosa. Era la mujer perfecta.
- ¡Qué suerte! ¿Y te casaste con ella, supongo?
- No... ella también buscaba al hombre perfecto.

La perfección es una trampa. No podemos esperar encontrar a alguien que colme todos y cada uno de nuestros deseos, que tenga todas las virtudes que valoramos, y que carezca de los defectos que odiamos. Carmen Posadas hablaba en un reciente artículo de una amiga suya que sugería cambiar la pareja perfecta por el monstruo de Frankenstein, es decir, “un monstruo con trozos de personas hasta formar la media naranja ideal. Evidentemente no se trata de descuartizar a nadie, sino de procurarse una persona como pareja estable, otra con quien compartir inquietudes intelectuales, una tercera para las confidencias más íntimas y hasta una cuarta para la cama, si es menester. Además, con este sistema se acabaron las neuras existenciales porque lo que no te da uno te lo da otro”.

Así, lo ideal quizás sería no poner tantas expectativas en una sola persona; tener por pareja a la que más se acerque a nuestra media naranja, y tener como amistades a personas que la puedan complementar. Y a comer perdices.

martes, 3 de agosto de 2010

LA DEPENDENCIA

Hay personas que confunden la independencia con la autosuficiencia, que alardean de independientes, considerando la dependencia como algo propio de personas débiles.

Podríamos definir la dependencia como la relación en virtud de la cual necesito de la colaboración de otra persona para satisfacer una necesidad que yo solo no puedo satisfacer. A partir de ahí, ¿quién puede considerarse dependiente o independiente? No existe la dependencia. Decir “soy dependiente/independiente” es no decir nada. Lo que existen son las dependencias. Desde por la mañana dependo de la compañía suministradora de agua para darme una ducha, de los comercios para desayunar, de los vendedores de coches, etc. ¿Cuántas de estas necesidades puedo satisfacer yo solo? Prácticamente ninguna. Somos seres interdependientes. Nos necesitamos los unos a los otros.

Ahora bien, ¿las dependencias son buenas o malas, sanas o insanas? Pues depende de qué y para qué. Una dependencia es sana cuando la necesidad que estoy satisfaciendo es sana. Por ejemplo: comer, beber, tener relaciones sexuales, la autorrealización... ¿son necesidades sanas? Podría decirse que sí, pero comer puede derivar en una anorexia o bulimia, beber puede responder al objetivo de evadirse de los problemas, el sexo puede usarse para vejar a la otra persona, etc.

Entonces, no es la necesidad en sí lo que caracteriza si la dependencia es sana o no, sino el objetivo: ¿para qué bebo, como, tengo sexo, etc? Si las necesidades estan al servicio del crecimiento y el desarrollo mutuo, son sanas. Las que no, son insanas. Así, las adicciones se dan cuando presto tanta atención a la satisfacción de una necesidad que olvido satisfacer otras necesidades.

Resumiendo: no hay dependencia, sino dependencias, y cada dependencia es buena o mala según cual sea y la función que tenga. Por tanto, la dependencia no tiene por qué estar reñida con la felicidad.


viernes, 16 de julio de 2010

MADURAR

“Es fácil tener una idea inmadura de lo que es en realidad la madurez humana”, dice Wayne D. Dyer. Y es que se oye con frecuencia decir de fulanito que es un inmaduro, o que menganita es muy madura para su edad. Pero ¿qué es la madurez? ¿en qué consiste? El diccionario la define como “desarrollarse física y espiritualmente”. Ampliando esta definición algo más, podríamos decir que la madurez consiste en:

- Saber que lo importante no es cómo se hacen las cosas, sino cómo le gusta a uno hacerlas.

- Comprender que hay problemas que no tienen solución y que lo único que se puede hacer es capearlos y conformarse con el mal menor.

- Comprender que no hay nada absolutamente blanco o negro bajo el sol.

- Dejar de asustarse y avergonzarse de la parte primitiva, instintiva y sexual de su persona y aprender a convivir con ella e incluso a sacarle partido.

- Aprender a hacer bien el trabajo dedicándole sólo el tiempo imprescindible.

- Tener claro que el amor es importante, pero que no es lo único en el mundo.

- Dejar de criticar a los padres.

- Aprender a vivir aquí y ahora.

Madurar implica reconocer que no hay nadie que sea totalmente maduro o inmaduro. La persona que actúa de un modo caprichoso, absurdo e inmaduro algunas veces, es capaz de reaccionar de forma seria y responsable en otras circunstancias. Cada uno de nosotros es en parte niño y en parte adulto, en parte maduro y en parte inmaduro, y esto es así durante toda la vida. Porque no es cierto necesariamente que todos maduramos con los años. El simple paso del tiempo no nos aporta madurez. Maduramos si experimentamos, si reflexionamos, si aprendemos. El diablo no siempre sabe más por viejo que por diablo.


Así pues, una persona con un alto grado de madurez huye de etiquetar a otra de madura o inmadura. Quien lo hace es probable que le pase como a Woody Allen cuando dice: “Mi mujer era una inmadura. Cuando estaba en la bañera entraba y me hundía los barcos”.

jueves, 1 de julio de 2010

LA SOLEDAD

Hace tiempo vi una interesante películada titulada “Familia”. En ella, un grupo de personas se hacía pasar por la familia de alguien que los había alquilado para que hicieran ese papel y sentirse acompañado. Según tengo entendido, en Japón hay empresas que alquilan a personas que hacen de abuelos o hijos según lo que se necesite.

La soledad es muy mala, se suele decir. Y ordinariamente se habla de ella como de un estado incómodo, triste, amargo. Porque no se ha aprendido a llenarla. Jodorowsky definía la soledad como “no saber estar con uno mismo”. ¿Y qué es aprender a estar con uno mismo? Valorarnos como personas; no depender de los demás para sentirnos bien; desarrollar nuestra capacidad para apreciar todo lo que la vida nos pone por delante: la naturaleza, el arte, los animales, etc. De esta manera nos hacemos amigos de la soledad y ya nunca estaremos solos.

También se dice que todos nos sentimos solos alguna vez. Pero cuando le preguntaron al Dalai Lama si era así en su caso, respondió:
- No.
- ¿A qué lo atribuye?
- Creo que una de las razones es que suelo mirar a todo ser humano desde un ángulo positivo, intento buscar sus aspectos positivos. Esa actitud crea inmediatamente una sensación de afinidad, una especie de conexión.

Los anglosajones distinguen entre loneliness, la soledad interior de quien no encuentra compañía, y solitude, la soledad voluntaria, la soledad llena. La balanza de la felicidad oscila entre la compañía y esa solitude. Sólo aprendiendo a estar con nosotros podremos estar con los demás. Y no hay felicidad posible sin aprender a estar con nosotros. Algo que demasiada gente ignora, anestesiada por la sobreinformación y la sociedad hiperactiva y alienante en la que vivimos. Dijo Antonio Gala que “si la soledad manchara, no habría suficiente agua en el mundo para lavar su mancha”. Es triste, porque si algún valor tiene la vida, en mi opinión, es poder compartirla con los demás.

miércoles, 16 de junio de 2010

DAR CONSEJOS

Soy poco amigo de dar consejos. Prefiero sugerir, proponer sutilmente, pero sin imponer, huyendo del “yo que tú...” o del “lo que tienes que hacer es...”. Dar consejos tiene tres contraindicaciones:

1.Lo que es bueno para mí puede no serlo para otros.
2.Si doy una solución estoy creando una dependencia, pues no permito que los demás aprendan solos a resolver sus problemas.
3.Cada consejo es una nueva responsabilidad que sumo a las mías propias.

Así, para mí lo ideal es conducir al otro y acompañarlo a que encuentre su propia solución. Para ello conviene olvidarse de la solución que a nosotros nos parece apropiada y explorar otros caminos preguntandole al otro, por ejemplo: ¿qué pasaría si...?, y no caer en la trampa de contestar si te pregunta: ¿tú qué harías en mi lugar?

Muchas veces, la ayuda no precisa de una solución concreta. Es suficiente con generar un clima donde el otro se sienta aceptado y escuchado. Eso le puede infundir la confianza suficiente para hacer frente al problema de la manera adecuada.

En definitiva, se trata de actuar con empatía y paciencia, apartando amablemente a ese ego nuestro que busca el agradecimiento ajeno y la sensación de superioridad. Termino con una frase de cuyo autor no tengo el nombre: “Si hiciéramos caso de los consejos de los demás, andarían mucho mejor las cosas de los demás”.

lunes, 31 de mayo de 2010

LA MÚSICA


En una instantánea típica de mi adolescencia estoy sentado en el suelo del salón, con las piernas cruzadas, al lado del tocadiscos. Nadie en casa, sólo la música y yo. Esa música que empecé a amar en el verano del 87 y que siempre me ha acompañado desde entonces. Con cuidado y precisión colocaba la aguja sobre el vinilo, bajaba la cobertura del tocadiscos y empezaba el espectáculo. ¿O no es un espectáculo poder disponer, para ti solito, de un grupo entero de rock, o de una filarmónica, o de un coro? Siglos atrás eran sólo una minoría de poderosos los que tenían el privilegio de escuchar música. Hoy, cualquiera puede disponer de un pequeño aparatito capaz de reproducir horas y horas de música de cualquier género. Antes había que ir a un determinado lugar para escuchar música. Hoy te la puedes llevar contigo a cualquier parte. Y aunque no te la lleves la encuentras igual, porque hoy suena música en los centros comerciales, en la calle, en los medios de transporte públicos. La música nos rodea y la escuchamos mientras hacemos footing, o vamos en coche, o estamos en el gimnasio. Por eso muchas veces no valoramos el placer que entraña. La música, hoy en día, se oye más que se escucha. Son raras las personas que se sientan a solas, en silencio, exclusivamente para escuchar música, para llenarse de ella y sentir lo que el poeta Ángel González quería decir cuando escribió que "Dios existe en la música". Por eso está presente en todas las culturas y de infinitas formas. Por eso une a personas de diferentes países e idiomas. Alguien dijo que la vida sin música sería un error. No es que fuera un error, es que me parece inconcebible. Como terapia, como arte, como medio para unir a las personas. Amo la música, por eso me gusta el siguiente cuento:

Se dice que era un mago del arpa. En la llanura de Colombia no había ninguna fiesta sin él. Para que la fiesta fuese fiesta, Mesé Figueredo tenía que estar allí con sus dedos bailadores que alegraban los aires y alborotaban las piernas.

Una noche, en un sendero perdido, fue asaltado por unos ladrones. Iba Mesé Figueredo de camino a unas bodas, él encima de una mula, encima de la otra su arpa, cuando unos ladrones se le echaron encima y lo molieron a palos.

A la mañana siguiente alguien lo encontró. Estaba tendido en el camino, un trapo sucio de barro y sangre, más muerto que vivo. Y entonces aquella piltrafa dijo con un hilo de voz:

- Se llevaron las mulas.

Y dijo también:

- Se llevaron el arpa.

Y, tomando aliento, rió:

- ¡Pero no se han podido llevar la música!



lunes, 17 de mayo de 2010

EL ARTE DEL SILENCIO

Hay silencios que hablan, silencios que gritan, silencios que confunden. Hay que aprender el arte del silencio. No es lo mismo tener la boca cerrada que estar en silencio. Estar en silencio es estar en calma, tranquilo, receptivo, fluyendo con el momento presente. Pero se tiende a confundir con no hablar. Y ese no hablar puede ser fuente de conflicto. Porque puede significar que no se quiere herir, o que se tiene miedo, o que se siente ofendido, o simplemente, que no se tiene nada que decir. Por eso, conviene comunicar de alguna manera nuestro pensamiento para que nuestro silencio no se malinterprete.

“No tengo nada contigo. Es que estoy cansado y no tengo ganas de hablar”, por ejemplo.

Hay reuniones en las que algún miembro no habla. Por la razón que sea. Entonces es habitual que alguien se dirija a él: “¿se te ha comido la lengua el gato?”, o “tú también puedes hablar, ¿eh?”. En algunas situaciones hablo poco, prefiero poner mi atención en lo que oigo. Sin embargo, con frecuencia alguien me incita a que hable. ¿Por qué no respetan mi silencio? ¿no será que ellos mismos no son capaces de estar en silencio y se sienten amenazados?

Alguien dijo que la verdadera amistad llega cuando el silencio entre dos transcurre amenamente. No hay entonces necesidad de decir, de contar algo. Ese es el verdadero silencio, el que no pide más, el que se deja llevar.

Pero para llegar a él a veces tenemos que “traducir” nuestros silencios. Para que no los malinterpreten. Dicen Eva Bach y Anna Forés que al conocido proverbio: “Cuando hables, procura que tus palabras sean mejores que el silencio”, tal vez convendría añadir: “Cuando tu silencio pueda confundir, molestar o dañar a quienes estén a tu lado, habla”.

viernes, 30 de abril de 2010

SANATORIO


Una cierta indiscreción ha llevado a extender determinada información más de lo esperado, así que de perdidos al río; lo digo con la cabeza bien alta: hace unos días estuve ingresado en una unidad de salud mental, o sanatorio, o como se decía antes, manicomio. La espiral negativa en que se había convertido mi vida me ha llevado a convivir con personas que no son tan diferentes de los que estamos fuera. Son personas que en determinado momento de sus vidas han “desentonado” con la sociedad enferma en la que vivimos.

Hay quien establece la dicotomía cuerdo-loco, cuando es un contínuo. Hay gente más sana y gente menos sana, pero la mayoría tenemos nuestras heridas y debilidades, e ignoramos con frecuencia la fragilidad en que se basan nuestras estructuras psicológicas. Hay también quien dice poseer el control absoluto de su vida. Tiempo al tiempo. Con la experiencia uno se da cuenta de que solemos guardar nuestros problemas en cajas que vamos amontonando en un armario. Llega un momento en que lo abrimos y se nos caen todas las cajas encima. A eso lo llamamos crisis. Se trata entonces de ir quitando cajas e ir guardando las menos posibles. Es tarea de toda una vida, pero no hay más remedio si queremos enfrentarnos al peor enemigo que tenemos: ¿adivinas quién?

martes, 13 de abril de 2010

PALABRAS BELLAS

Hoy quiero compartir con vosotros un par de cosillas que he encontrado. Espero que os gusten.
Las primeras pertenecen a una canción de Eladia Blázquez, que murió en Buenos
Aires hace algunos años. Dicen así:
Hay tantas maneras de no ser,
tanta conciencia sin saber, adormecida...
Merecer la vida no es callar y consentir,
tantas injusticias repetidas...
Merecer la vida es erguirse vertical,
más allá del mal, de las caídas...
Es igual que darle a la verdad,
y a nuestra propia libertad
la bienvenida...
Eso de durar y transcurrir
no nos da derecho a presumir.
Porque no es lo mismo que vivir...
¡Honrar la vida!
La segunda es una frase de la madre Teresa de Calcuta:
"Pocos de nosotros pueden hacer grandes cosas, pero todos podemos hacer pequeñas cosas con gran amor"
Pues hala, a aplicarse el cuento, ¿no?

lunes, 12 de abril de 2010

PROBLEMAS


Los problemas se pueden presentar de tres maneras:

  1. De uno en uno. Termina un problema y se presenta otro, y así sucesivamente. Supongo que es la ideal.

  1. De forma contaminante. Tengo un problema en una área de mi vida, y ese problema afecta a su vez a otra u otras. Por ejemplo: tengo problemas económicos y eso contribuye a empeorar la relación con mi pareja.

  1. En forma de abanico. Se despliegan todos al mismo tiempo. Mi hijo tiene un accidente, me quedo en el paro y se muere mi padre.


Cuando el problema te sobrepasa puedes caer en un círculo vicioso en el cual das vueltas y vueltas sin hacer nada. Para salir de esta parálisis hay que hacerse algunas preguntas clave: ¿qué pienso? ¿qué quiero? ¿qué necesito? ¿qué deseo? ¿qué puedo? ¿qué tengo? y por último ¿qué sé?

Hay problemas que no tienen solución, con lo cual lo único que cabe es aceptar eso.

Hay otros problemas que sí tienen solución, pero ésta no depende de mí, o sólo de mí, entonces hay que dejar que la parte del problema que no me corresponde se de sí misma.

Finalmente hay problemas cuya solución es a largo plazo. Solemos cometer el error de confundir estos problemas que requieren más tiempo con los que no tienen solución. Hay un adagio que dice: hay momentos para hacer las cosas, y hay momentos para dejar que las cosas se hagan.

miércoles, 3 de marzo de 2010

Hay una historia sobre el Mahatma Gandhi en la que un periodista que lo entrevistaba en una pequeña villa de la India exclamó: “iQué maravilloso es lo que usted está haciendo por esta pobre gente!”. Gandhi dijo: “no lo hago por esta gente, lo hago por mí”. “¿Qué quiere decir con eso?”, preguntó el periodista, y la respuesta fue: “¿Cómo podría tener empatía por otros sin tener empatía por mí mismo?”.

Eso es lo que me he preguntado las veces que he escuchado a alguien decir que trata a los demás mejor que a sí mismo. ¿Cómo es posible tratar a los demás de manera diferente a como te tratas a ti? No puede existir tal incongruencia. Los demás son un reflejo de uno. La manera en que me relaciono conmigo es la manera en la que me relacionaré con el otro, y viceversa. Lo que hago por el otro lo hago también por mi, y no puedo hacer nada por mi que no haga también por el otro. Todos somos uno.

Por eso me satisface escuchar a la gente que habla siempre bien de los demás. Me indica que son personas de fiar. Y por eso miro compasivamente a la gente que habla mal de los otros. Eso me indica que hay una parte de ellos que no aman, que no aceptan.

¿Y tú, hay alguien de quien hablas mal?, si es así, ¿qué hay de ti que no te gusta?

miércoles, 17 de febrero de 2010

ARTE TERAPEUTICO

De un tiempo a esta parte me he vuelto más selectivo en lo que a cine se refiere. Me voy decantando por películas que hablen de sentimientos, de emociones o ideas interesantes, antes que por las de terror, suspense o acción. Prefiero historias interesantes a secuencias trepidantes. Más de una vez me he encontrado preguntándome mientras veía una pelicula: ¿qué necesidad tengo de ver esto, de sentir esta tensión, este malestar? ¿es que no tengo suficiente con la vida misma? Me pregunto hasta qué punto es sano disfrutar con ese tipo de arte que busca crear inquietud y ansiedad en lugar de otras emociones más agradables.

Pienso que básicamente existen dos tipos de creaciones artísticas: aquellas que ofrecen una visión positiva a la persona que la percibe, una sensación placentera que suele derivar en admiración. Y aquellas otras que sólo sirven para expresar los fantasmas, las heridas, la neurosis de su creador; obras cuya realización puede requerir de un considerable talento, pero que sólo transmiten la parte oscura del ser humano. También puede darse el caso de que se aúnen ambos aspectos. Un ejemplo es el de el genial Woody Allen, que decía no hace mucho en una rueda de prensa que él hacía películas igual que los pacientes de los psiquiátricos hacen puzzles y otros entretenimientos.

El artista y terapeuta Alejandro Jodorowsky cuenta que, tras una crisis personal, llegó a la conclusión de que el arte verdadero es el que sirve para sanar. Nada de obras que sólo sirven para exorcizar la neurosis de su creador. El arte debe expresar y contribuir a la felicidad. Ése es el arte que me interesa. El que amplia mi mirada y la vuelve más bella. El que extrae lo mejor de mi mismo. El que me invita a buscarlo para reconciliarme con la humanidad. Que el dolor ya viene solo.

viernes, 29 de enero de 2010

INEVITABLE ADIÓS


“Recibí una bendición. Me comunicaron que sólo me quedaban tres meses de vida”. Así empieza el libro póstumo de Eugene O’Kelly, director de una consultora internacional estadounidense. Un tumor cerebral es la oportunidad que Eugene aprovecha para decidir vivir el tiempo que le queda de la manera más intensa posible y confirmar que ser importante no tiene ninguna importancia, y que lo importante en la vida son los lazos que nos unen a las demás personas . En un pasaje del libro cuenta:

“Hace exactamente 14 años, el día en que nació mi hija Gina, la enfermera la puso en brazos de Corinne. Me acerqué a mi esposa y a mi pequeña, asombrado por lo que veía ante mí. Mi hija recién nacida era asombrosamente bella, aunque estaba algo desfavorecida por el viaje. Antes de poder tocarla, ella alargó la mano, sobresaltándome, y cogió mi dedo. Se aferró a él con fuerza.
Una sensación de pavor oscureció mi rostro.
Este día y el siguiente anduve de acá para allá flotando en una nube. Corinne se fijó en mi extraño y distraído comportamiento. Por último, me abordó.
“¿Qué te pasa? –me preguntó-. Actúas de una manera muy extraña”.
Yo aparté la mirada.
“¿Qué es? –me pidió-. Cuéntamelo.
Ya no pude contenerme más. “En el momento en que Gina cogió mi dedo –dije- pensé en que llegaría el día en que tendría que decirle adiós”.
Es una bendición. Es una maldición. Es lo que pasa cuando das la bienvenida a alguien. En algún momento deberás decirle adiós. Y no sólo a la gente a la que amas y que te ama a ti, sino también al mundo”.

Es inevitable. El adiós llega tarde o temprano, pero mientras lo hace ahí estan: nuestros familiares, amigos, compañeros, sin los que nada tendría sentido, esperando a recibir lo mejor de nosotros. ¿No es alentador saber que andan en algún lugar de este planeta, unos más cerca, otros más lejos, pero dispuestos cuando se tercie a prestarnos su atención y a requerir la nuestra? ¿Qué mejor muestra de gratitud hacia ellos que regalarles nuestro mejor yo cada vez que se cruzan con nosotros? Algún día no estarán más que en nuestro recuerdo. De nosotros depende que ese recuerdo no vaya empañado por el resentimiento.

viernes, 15 de enero de 2010

UNA VIDA

No me resisto a compartir este artículo reciente de Rosa Montero:


UNA VIDA

Un cabrilleo de agua y sol en el mar, o quizá en una piscina. El cuerpo caliente y esponjoso como pan recién hecho.

Sombras en la noche, una pesadilla. Las manos de tu madre encendiendo el mundo, disolviendo los monstruos. Ordenando las cosas.

Carreras jadeantes, frenéticas risas, juegos de niñez en patios retumbantes.

Melancolía aguda de lo aún no vivido. Intuición adolescente del resto de tu vida. Deliciosa tristeza.

La carne, un tesoro. El vertiginoso misterio de los cuerpos. El amor estallando como una supernova y dejándote ciego.

Y también el desamor: un agujero.

Una noche de agosto en pleno campo, un alboroto de cigarras, una luna llena de color naranja que parece el decorado de un teatrillo japonés, el tiempo por una vez piadosamente detenido. La plenitud, que siempre es sencilla.

Mirar a un amigo, mirar a tu amante y ver en sus ojos el pasado común. Contemplarte en los otros como en un espejo.

La serenidad que llega tras las lágrimas. Y también todas las risas compartidas, los momentos de juego, las carcajadas dichosas.

Todos los libros leídos, las músicas gozadas, los besos recibidos. Y una conversación una tarde de invierno comiendo chocolate frente a la chimenea.

La alegría de vivir. Y la fugaz y espléndida belleza.

Una noche de angustia. Intuición de la muerte. Una mano en la tuya. La cama es una balsa en mitad del naufragio.

Una novela leída al lado del lecho de un enfermo mientras llueve.

Torbellinos de polvo en un rayo de sol, un universo ínfimo.

Un cabrilleo de agua. El último chispazo.

Esta poca cosa, o esta enormidad, es una vida.