martes, 3 de agosto de 2010

LA DEPENDENCIA

Hay personas que confunden la independencia con la autosuficiencia, que alardean de independientes, considerando la dependencia como algo propio de personas débiles.

Podríamos definir la dependencia como la relación en virtud de la cual necesito de la colaboración de otra persona para satisfacer una necesidad que yo solo no puedo satisfacer. A partir de ahí, ¿quién puede considerarse dependiente o independiente? No existe la dependencia. Decir “soy dependiente/independiente” es no decir nada. Lo que existen son las dependencias. Desde por la mañana dependo de la compañía suministradora de agua para darme una ducha, de los comercios para desayunar, de los vendedores de coches, etc. ¿Cuántas de estas necesidades puedo satisfacer yo solo? Prácticamente ninguna. Somos seres interdependientes. Nos necesitamos los unos a los otros.

Ahora bien, ¿las dependencias son buenas o malas, sanas o insanas? Pues depende de qué y para qué. Una dependencia es sana cuando la necesidad que estoy satisfaciendo es sana. Por ejemplo: comer, beber, tener relaciones sexuales, la autorrealización... ¿son necesidades sanas? Podría decirse que sí, pero comer puede derivar en una anorexia o bulimia, beber puede responder al objetivo de evadirse de los problemas, el sexo puede usarse para vejar a la otra persona, etc.

Entonces, no es la necesidad en sí lo que caracteriza si la dependencia es sana o no, sino el objetivo: ¿para qué bebo, como, tengo sexo, etc? Si las necesidades estan al servicio del crecimiento y el desarrollo mutuo, son sanas. Las que no, son insanas. Así, las adicciones se dan cuando presto tanta atención a la satisfacción de una necesidad que olvido satisfacer otras necesidades.

Resumiendo: no hay dependencia, sino dependencias, y cada dependencia es buena o mala según cual sea y la función que tenga. Por tanto, la dependencia no tiene por qué estar reñida con la felicidad.


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