Hace poco le pregunté a una amiga si era feliz, y me contestó que “la felicidad son momentos que de vez en cuando llegan y se van. No es algo permanente”. Como si lo normal fuera no ser feliz, a excepción de algunos instantes. Es todo un tópico, pero no me convence. Es como si pregunto a alguien que está haciendo algún curso si le va bien, y me responde: “No se puede sacar buena nota siempre. De vez en cuando me ponen un sobresaliente o un notable...” Está claro que no puedes sacar siempre matrícula, a no ser que seas un crack, pero sí es posible hacer que las buenas notas sean frecuentes. Y en tanto lo sean, se podrá decir que a uno le va bien.
Lo mismo pasa con la felicidad. Si uno se lo curra, puede hacer que los momentos de felicidad sean frecuentes, hasta el punto que se instale en un nivel aceptable de felicidad. Entonces se podrá decir que se es feliz. Eso no implica la falta de problemas ni preocupaciones, sino que los momentos de felicidad abundan y los de desánimo escasean.
Para mí, ser feliz significa que la mayor parte del tiempo mi estado de ánimo es positivo y tranquilo, que me encuentro a gusto conmigo mismo y con la confianza de estar en el camino hacia los objetivos que quiero conseguir.
A veces, a la pregunta: ¿cuál es tu objetivo en la vida?, he encontrado por respuesta: ser feliz. Y pensaba que era una respuesta absurda: está claro que todo el mundo desea ser feliz, ¿no? Pero el Dalai Lama dice que todo el mundo tiene dos objetivos vitales: ser feliz y escapar del sufrimiento. Es cierto. Una persona puede no llorar, pero tampoco sonreír. La felicidad es algo más que no sufrir.