Un hombre quiere colgar un cuadro en su casa, pero no tiene martillo y decide pedírselo a un vecino que vive en el ático. En el ascensor piensa: “espero que me lo preste, porque con lo tacaño que es... además, la última vez que me lo encontré me saludó como desganado, parece que últimamente le caigo mal, y eso que yo no lo he hecho nada... ¿me tendrá manía?...”, y así va pensando hasta que por fin llama a la puerta, y al salir el vecino le grita: ¿pues sabes lo que te digo? ¡que te metas el martillo por el culo!”.
Este ejemplo, que tiene algo de chiste, se acerca a la realidad más de lo que me temo. Con demasiada frecuencia permitimos que nuestros pensamientos se desboquen y nos lleve a acciones que nos perjudican. Como dice el maestro espiritual Eckhart Tolle: “generalmente no usamos la mente, sino que es ella la que nos usa a nosotros”. La inmensa mayoría de nuestros pensamientos son inútiles. Pensamos mal, y pensamos demasiado. Y así nos va.
Porque en la escuela nos enseñan a adquirir conocimientos, pero no a controlar la herramienta con la que los adquirimos, que es la mente. Ésta es caprichosa e inestable. Salta de un pensamiento a otro constantemente. Estamos conduciendo y pensando, leyendo y pensando, barriendo y pensando. Estamos siempre recordando, anticipando, fantaseando... o sea, malgastando energía, porque el pensamiento es energía.
Una vez trajeron a la habitación donde trabajo un radiador, y lo colocaron al lado de una compañera. Inmediatamente pensé: ¿y por qué no lo han puesto a mi lado? ¿por qué ella tiene preferencia?... y empecé a sentir rabia, hasta que me di cuenta de lo que estaba haciendo: me estaba dejando llevar por la mente. Estaba anticipando un problema, ya que en aquel tiempo aún no era época de frío. Entonces pensé: ¿tengo algún problema ahora mismo? La respuesta es NO. Cuando haga frío, entonces quizás tenga un problema, pero ahora no lo tengo. Porque a la mente le gusta jugar con el tiempo, instalarse en el pasado o en el futuro para crear problemas.
Otro ejemplo: un amigo te dijo que te llamaría y no lo ha hecho. Y la mente empieza a trabajar: seguro que se ha olvidado, es un despistado... o qué informal... ya no vuelvo a quedar con él, etc. A ver, hay una realidad: tu amigo quedó en llamarte y no lo ha hecho. Y punto. No hay más que pensar. ¿Para qué? ¿para que luego te llame tu amigo y te diga: “perdona, me robaron el móvil y no pude avisarte”? No interpretes, no presupongas, no pienses. Céntrate en lo real, en el hecho: tu amigo no te ha llamado. Todo lo que pienses a partir de ahí es innecesario.
En definitiva, a menudo nuestros problemas no son otra cosa que pura imaginación.