domingo, 30 de noviembre de 2008

OPINIONES


Siempre he pensado que había que tener opiniones sobre las cosas, definirse frente a la realidad, tener las ideas claras, y tratar de ser coherente con ellas. Opiniones sobre al aborto, sobre la inmigración, sobre la eutanasia, sobre la globalización, etc. No tener opiniones era para mí indicativo de desinterés, de conformismo, de mediocridad. Una persona sin opinión sobre esto y lo otro me parecía alguien poco interesante.
De un tiempo a esta parte no lo tengo tan claro. La realidad suele ser complicada, y tiene tantos matices y aristas, que lo que me empieza a resultar llamativo es tener demasiadas opiniones. Sin embargo, veo a mi alrededor que muchas personas tienen las ideas clarísimas, y las defienden con una seguridad considerable. La línea que separa la razón del fanatismo es tenue. Demasiadas veces la defensa de una idea no es otra cosa que miedo, y otras veces es consecuencia de la ignorancia. Es relativamente fácil opinar sobre un hecho en base a la información casi siempre sesgada o incompleta que nos ofrecen los medios de información, habitualmente condicionados por intereses propios o de aquellos a los que sirven. Pero ¿quién sabe lo que hay tras ese suceso? Solemos opinar a las primeras de cambio, reaccionando, sin esperar a saber más sobre la cuestión, sin calma.
Hay quien tacha de cobarde a quien no expresa una opinión; quien no se define sobre una cuestión, quien “no se moja”, es un cobarde, un mediocre que con su neutralidad colabora con la injusticia, pero primero: no hay por qué tener una opinión sobre todo, la realidad es tan amplia que suelen faltar elementos de juicio. Tener una opinión puede significar, sencillamente, incapacidad para considerar otros puntos de vista, y no tenerla puede indicar flexibilidad, apertura. Y segundo: tener una opinión sobre algo no implica una acción consecuente. Estar a favor de la eutanasia no obliga a manifestarse para exigir su legalización.
Por eso de un tiempo a esta parte creo percibir en mí una perdida de interés por juzgar la realidad, lo cual contribuye a hacer que me relacione con ella con más comodidad.

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