martes, 31 de agosto de 2010

EL FIN DE LAS VACACIONES

    Dios, qué locura –pienso cada vez que despega el avión en el que viajo-. Doscientas personas en el interior de un aparato que echa a volar hasta alcanzar alturas de miedo. Una locura... Pero todo lo que empieza acaba: el viaje, las experiencias, las vacaciones. Y como siempre: dar gracias. Por las comidas que compartí con las personas que quiero, por las novedosas y bellas imágenes que acariciaron mis retinas, por las sorpresas que recibí, por las desgracias que no ocurrieron... por haber empleado con satisfacción un tiempo de ocio que a mucha gente se le atraganta. Dice el psicólogo Mihaly Csikszentmihalyi que el más fácil disfrutar del trabajo que del tiempo libre. La explicación es que “el trabajo tiene metas, retroalimentación, reglas y desafíos, todo lo cual consigue que uno se implique en el trabajo, se concentre y se pierda en él. El tiempo libre, por otra parte, no está estructurado, requiere de un esfuerzo mayor para convertirse en algo que pueda disfrutarse”.

Todo lo que viví en ese tiempo libre quedará en las fotos, en la memoria y en cada una de mis células, rejuveneciendo mi alma y aderezando una vida que en breve volverá a familiarizarse con el despertador, el trabajo y una rutina susceptible de caer en la trampa de sumergirse en la melancolía de días sin tiempo y aromas cálidos, pero que tratará de sortearla para enfocarse en el infinito presente y seguir creando momentos dignos de ser recordados, que no son aquellos en los que nos enamoramos o cumplimos nuestros sueños, sino aquellos en los que vivimos despiertos cada segundo, reflejando la belleza que nos rodea, fluyendo en esta misteriosa danza que poco a poco se va volviendo más ligera.


lunes, 16 de agosto de 2010

LA MEDIA NARANJA

Atolondrados como estamos por las películas made in Hollywood y las telenovelas y las canciones de amor que ponen en la radio, mucha gente tiende a buscar y esperar a que llegue a su vida el príncipe (o la princesa) azul. Alguien que lo tenga todo: que sea guapo, inteligente, educado, simpático, cariñoso, bien situado, etc. Y con esta creencia llega el día en que se encuentran con la persona que más se asemeja a ese ideal. ¿Es perfecto? Seguro que no, pero las antojeras que te coloca el enamoramiento te hacen verlo así. Pasado el tiempo sale a relucir el verdadero yo del otro, y entonces te das cuenta que es guapo, que es inteligente, que es cariñoso... pero que no es alegre. Y como no es alegre resulta que no te llena, que no te sirve como pareja, que quieres otra cosa.

Cuenta Paulo Coelho una historia de alguien que salió al mundo a buscar a su pareja perfecta. Años después volvió a su pueblo y un amigo le preguntó si la había encontrado.
- Estuve en un pueblo del norte donde conocí una mujer guapa e inteligente, pero no era buena persona. Luego estuve en un pueblo del sur, donde conocí una mujer bondadosa y guapa, pero no era inteligente. En el siguiente pueblo conocí una mujer bondadosa e inteligente, pero no era guapa... Finalmente llegué a un pueblo donde encontré a una mujer que era guapa, inteligente y bondadosa. Era la mujer perfecta.
- ¡Qué suerte! ¿Y te casaste con ella, supongo?
- No... ella también buscaba al hombre perfecto.

La perfección es una trampa. No podemos esperar encontrar a alguien que colme todos y cada uno de nuestros deseos, que tenga todas las virtudes que valoramos, y que carezca de los defectos que odiamos. Carmen Posadas hablaba en un reciente artículo de una amiga suya que sugería cambiar la pareja perfecta por el monstruo de Frankenstein, es decir, “un monstruo con trozos de personas hasta formar la media naranja ideal. Evidentemente no se trata de descuartizar a nadie, sino de procurarse una persona como pareja estable, otra con quien compartir inquietudes intelectuales, una tercera para las confidencias más íntimas y hasta una cuarta para la cama, si es menester. Además, con este sistema se acabaron las neuras existenciales porque lo que no te da uno te lo da otro”.

Así, lo ideal quizás sería no poner tantas expectativas en una sola persona; tener por pareja a la que más se acerque a nuestra media naranja, y tener como amistades a personas que la puedan complementar. Y a comer perdices.

martes, 3 de agosto de 2010

LA DEPENDENCIA

Hay personas que confunden la independencia con la autosuficiencia, que alardean de independientes, considerando la dependencia como algo propio de personas débiles.

Podríamos definir la dependencia como la relación en virtud de la cual necesito de la colaboración de otra persona para satisfacer una necesidad que yo solo no puedo satisfacer. A partir de ahí, ¿quién puede considerarse dependiente o independiente? No existe la dependencia. Decir “soy dependiente/independiente” es no decir nada. Lo que existen son las dependencias. Desde por la mañana dependo de la compañía suministradora de agua para darme una ducha, de los comercios para desayunar, de los vendedores de coches, etc. ¿Cuántas de estas necesidades puedo satisfacer yo solo? Prácticamente ninguna. Somos seres interdependientes. Nos necesitamos los unos a los otros.

Ahora bien, ¿las dependencias son buenas o malas, sanas o insanas? Pues depende de qué y para qué. Una dependencia es sana cuando la necesidad que estoy satisfaciendo es sana. Por ejemplo: comer, beber, tener relaciones sexuales, la autorrealización... ¿son necesidades sanas? Podría decirse que sí, pero comer puede derivar en una anorexia o bulimia, beber puede responder al objetivo de evadirse de los problemas, el sexo puede usarse para vejar a la otra persona, etc.

Entonces, no es la necesidad en sí lo que caracteriza si la dependencia es sana o no, sino el objetivo: ¿para qué bebo, como, tengo sexo, etc? Si las necesidades estan al servicio del crecimiento y el desarrollo mutuo, son sanas. Las que no, son insanas. Así, las adicciones se dan cuando presto tanta atención a la satisfacción de una necesidad que olvido satisfacer otras necesidades.

Resumiendo: no hay dependencia, sino dependencias, y cada dependencia es buena o mala según cual sea y la función que tenga. Por tanto, la dependencia no tiene por qué estar reñida con la felicidad.