viernes, 16 de julio de 2010

MADURAR

“Es fácil tener una idea inmadura de lo que es en realidad la madurez humana”, dice Wayne D. Dyer. Y es que se oye con frecuencia decir de fulanito que es un inmaduro, o que menganita es muy madura para su edad. Pero ¿qué es la madurez? ¿en qué consiste? El diccionario la define como “desarrollarse física y espiritualmente”. Ampliando esta definición algo más, podríamos decir que la madurez consiste en:

- Saber que lo importante no es cómo se hacen las cosas, sino cómo le gusta a uno hacerlas.

- Comprender que hay problemas que no tienen solución y que lo único que se puede hacer es capearlos y conformarse con el mal menor.

- Comprender que no hay nada absolutamente blanco o negro bajo el sol.

- Dejar de asustarse y avergonzarse de la parte primitiva, instintiva y sexual de su persona y aprender a convivir con ella e incluso a sacarle partido.

- Aprender a hacer bien el trabajo dedicándole sólo el tiempo imprescindible.

- Tener claro que el amor es importante, pero que no es lo único en el mundo.

- Dejar de criticar a los padres.

- Aprender a vivir aquí y ahora.

Madurar implica reconocer que no hay nadie que sea totalmente maduro o inmaduro. La persona que actúa de un modo caprichoso, absurdo e inmaduro algunas veces, es capaz de reaccionar de forma seria y responsable en otras circunstancias. Cada uno de nosotros es en parte niño y en parte adulto, en parte maduro y en parte inmaduro, y esto es así durante toda la vida. Porque no es cierto necesariamente que todos maduramos con los años. El simple paso del tiempo no nos aporta madurez. Maduramos si experimentamos, si reflexionamos, si aprendemos. El diablo no siempre sabe más por viejo que por diablo.


Así pues, una persona con un alto grado de madurez huye de etiquetar a otra de madura o inmadura. Quien lo hace es probable que le pase como a Woody Allen cuando dice: “Mi mujer era una inmadura. Cuando estaba en la bañera entraba y me hundía los barcos”.

jueves, 1 de julio de 2010

LA SOLEDAD

Hace tiempo vi una interesante películada titulada “Familia”. En ella, un grupo de personas se hacía pasar por la familia de alguien que los había alquilado para que hicieran ese papel y sentirse acompañado. Según tengo entendido, en Japón hay empresas que alquilan a personas que hacen de abuelos o hijos según lo que se necesite.

La soledad es muy mala, se suele decir. Y ordinariamente se habla de ella como de un estado incómodo, triste, amargo. Porque no se ha aprendido a llenarla. Jodorowsky definía la soledad como “no saber estar con uno mismo”. ¿Y qué es aprender a estar con uno mismo? Valorarnos como personas; no depender de los demás para sentirnos bien; desarrollar nuestra capacidad para apreciar todo lo que la vida nos pone por delante: la naturaleza, el arte, los animales, etc. De esta manera nos hacemos amigos de la soledad y ya nunca estaremos solos.

También se dice que todos nos sentimos solos alguna vez. Pero cuando le preguntaron al Dalai Lama si era así en su caso, respondió:
- No.
- ¿A qué lo atribuye?
- Creo que una de las razones es que suelo mirar a todo ser humano desde un ángulo positivo, intento buscar sus aspectos positivos. Esa actitud crea inmediatamente una sensación de afinidad, una especie de conexión.

Los anglosajones distinguen entre loneliness, la soledad interior de quien no encuentra compañía, y solitude, la soledad voluntaria, la soledad llena. La balanza de la felicidad oscila entre la compañía y esa solitude. Sólo aprendiendo a estar con nosotros podremos estar con los demás. Y no hay felicidad posible sin aprender a estar con nosotros. Algo que demasiada gente ignora, anestesiada por la sobreinformación y la sociedad hiperactiva y alienante en la que vivimos. Dijo Antonio Gala que “si la soledad manchara, no habría suficiente agua en el mundo para lavar su mancha”. Es triste, porque si algún valor tiene la vida, en mi opinión, es poder compartirla con los demás.