lunes, 16 de mayo de 2011

RELATOS


A partir de hoy iré poniendo en este blog algunos de mis pequeños relatos, con la intención de que los leáis y encontréis por fin el sentido de vuestras vidas. Como eso quizás resulte demasiado ambicioso, me conformaré con haceros sentir útiles ofreciéndoos la posibilidad de puntuar cada uno de los relatos del 1 al 5. De esta manera:

1: malo

2: regular

3: no está mal

4: bueno

5: muy bueno

Como habréis comprobado, no existe la calificación de “muy malo”. Si opináis que un relato merece la calificación de “muy malo”, decídmelo y será la última vez que podáis entrar en mi blog.

Por supuesto, aparte de la puntuación se aceptan críticas o comentarios siempre que estén de acuerdo con lo que yo pienso.

Como algunos son muy cortos (microrrelatos), algunos días pondré más de uno. Sé que podréis resistirlo. Si se produce algún desmayo por agotamiento estoy dispuesto a olvidarlo.

Aquí van los dos primeros. Suerte y que Dios bendiga vuestra sinceridad.


REVERSO

El arcángel San Miguel caminaba arrastrando los pies, con las alas atadas y el rostro ensombrecido. Tenía a toda la jerarquía celestial en su contra y no veía salida a la encrucijada en que se hallaba. El cansancio, el desengaño y el abatimiento habían terminado abocándolo a aquella decisión. Al llegar al borde de la última nube del cielo miró hacia abajo, cerró los ojos y dijo: adiós, cielo cruel. El grito que lanzó se perdió en su caída al vacío.

Un grito que hizo sonreír a la mujer que, sudorosa, veía cómo la criatura angelical que había transportado durante varios meses asomaba entre sus piernas en aquella sala de parto.


LA VIDA SIGUE

Su sonrisa cinco estrellas, el maravilloso contoneo de sus caderas, su talento para la cocina, la alegría con que cantaba en la ducha, su buen gusto con la ropa, su admiración por mi trabajo... todo quedó sepultado bajo su mirada de puro desconcierto la tarde en que me descubrió follando vigorosamente con Andrea, mi secretaria. Dieciocho años de matrimonio al carajo. Pero no podía hundirme, la vida seguía adelante y había que sacar fuerzas de flaqueza, así que segundos después de oír el portazo, miré a Andrea y le dije: anda, ponte que te voy a dar por detrás.



lunes, 2 de mayo de 2011

TERAPIAS


Yo pasé por eso, y lo he visto en otros. Estar tan atrapados por el sufrimiento, que no nos abrimos a nuevas perspectivas. Preferimos sufrir a hacer cualquier cosa. Con cierta frecuencia me he encontrado a personas que reniegan de los psicólogos. Sencillamente, no confían en la posibilidad de que puedan ayudarles.

- Pero, ¿tienes la completa certeza de que no te puede ayudar?
- Mmmm... no...
- ¿Por qué no intentarlo, entonces?
- No me gusta tirar el dinero.
- ¿Entonces qué vas a hacer?
- No lo sé.

Está claro lo que va a hacer: seguir sufriendo. Siempre les digo lo mismo: no hay psicología, sino psicólogos. Puede haber tanta diferencia entre uno y otro como entre un pediatra y un cirujano.

Cómo nos aferramos a perspectivas que nos empobrecen, que nos duelen, que nos asfixian. Más cuando hay tantas posibilidades que pueden hacer retroceder a tu infelicidad: psicología tradicional, Gestalt, yoga, meditación, reiki, PNL, coaching, arteterapia, psicofármacos, flores de Bach, acupuntura, tai chi...

No sólo las terapias como tales pueden contribuir a tu equilibrio. Cualquier cosa que te haga sentir bien es terapéutica: pasear, hacer deporte, manualidades, pintar, jugar con tu sobrino, cocinar, hablar con una amiga, etc.

Posibilidades hay, y escepticismo ante ellas también. Pero cuando te sientes acorralado, sin saber qué hacer, no puedes quedarte sin hacer nada. Hay que hacer algo. Lo que sea. Aunque creas que no te va a servir. La acción es energía que dejas de emplear para alimentar tu sufrimiento.

Frecuentemente, una terapia implica dejarse ayudar, ya sea por un amigo, un familiar o un profesional. Hay gente que se resiste a esto, por una cuestión de orgullo, por no mostrarse débiles. El otro extremo es el de la gente que espera que el otro le resuelva los problemas, sin poner de su parte. Están dispuesto a dejarse ayudar, pero sin ayudarse a sí mismos.

En definitiva, el sufrimiento inmoviliza, y para salir de él hay que ponerse en acción haciendo uso de todos los recursos posibles. Sólo cuando se ha intentado todo, se puede decir que no se ha encontrado solución. Otra cosa es que no la tenga.