Una cierta indiscreción ha llevado a extender determinada información más de lo esperado, así que de perdidos al río; lo digo con la cabeza bien alta: hace unos días estuve ingresado en una unidad de salud mental, o sanatorio, o como se decía antes, manicomio. La espiral negativa en que se había convertido mi vida me ha llevado a convivir con personas que no son tan diferentes de los que estamos fuera. Son personas que en determinado momento de sus vidas han “desentonado” con la sociedad enferma en la que vivimos.
Hay quien establece la dicotomía cuerdo-loco, cuando es un contínuo. Hay gente más sana y gente menos sana, pero la mayoría tenemos nuestras heridas y debilidades, e ignoramos con frecuencia la fragilidad en que se basan nuestras estructuras psicológicas. Hay también quien dice poseer el control absoluto de su vida. Tiempo al tiempo. Con la experiencia uno se da cuenta de que solemos guardar nuestros problemas en cajas que vamos amontonando en un armario. Llega un momento en que lo abrimos y se nos caen todas las cajas encima. A eso lo llamamos crisis. Se trata entonces de ir quitando cajas e ir guardando las menos posibles. Es tarea de toda una vida, pero no hay más remedio si queremos enfrentarnos al peor enemigo que tenemos: ¿adivinas quién?