viernes, 29 de enero de 2010

INEVITABLE ADIÓS


“Recibí una bendición. Me comunicaron que sólo me quedaban tres meses de vida”. Así empieza el libro póstumo de Eugene O’Kelly, director de una consultora internacional estadounidense. Un tumor cerebral es la oportunidad que Eugene aprovecha para decidir vivir el tiempo que le queda de la manera más intensa posible y confirmar que ser importante no tiene ninguna importancia, y que lo importante en la vida son los lazos que nos unen a las demás personas . En un pasaje del libro cuenta:

“Hace exactamente 14 años, el día en que nació mi hija Gina, la enfermera la puso en brazos de Corinne. Me acerqué a mi esposa y a mi pequeña, asombrado por lo que veía ante mí. Mi hija recién nacida era asombrosamente bella, aunque estaba algo desfavorecida por el viaje. Antes de poder tocarla, ella alargó la mano, sobresaltándome, y cogió mi dedo. Se aferró a él con fuerza.
Una sensación de pavor oscureció mi rostro.
Este día y el siguiente anduve de acá para allá flotando en una nube. Corinne se fijó en mi extraño y distraído comportamiento. Por último, me abordó.
“¿Qué te pasa? –me preguntó-. Actúas de una manera muy extraña”.
Yo aparté la mirada.
“¿Qué es? –me pidió-. Cuéntamelo.
Ya no pude contenerme más. “En el momento en que Gina cogió mi dedo –dije- pensé en que llegaría el día en que tendría que decirle adiós”.
Es una bendición. Es una maldición. Es lo que pasa cuando das la bienvenida a alguien. En algún momento deberás decirle adiós. Y no sólo a la gente a la que amas y que te ama a ti, sino también al mundo”.

Es inevitable. El adiós llega tarde o temprano, pero mientras lo hace ahí estan: nuestros familiares, amigos, compañeros, sin los que nada tendría sentido, esperando a recibir lo mejor de nosotros. ¿No es alentador saber que andan en algún lugar de este planeta, unos más cerca, otros más lejos, pero dispuestos cuando se tercie a prestarnos su atención y a requerir la nuestra? ¿Qué mejor muestra de gratitud hacia ellos que regalarles nuestro mejor yo cada vez que se cruzan con nosotros? Algún día no estarán más que en nuestro recuerdo. De nosotros depende que ese recuerdo no vaya empañado por el resentimiento.

viernes, 15 de enero de 2010

UNA VIDA

No me resisto a compartir este artículo reciente de Rosa Montero:


UNA VIDA

Un cabrilleo de agua y sol en el mar, o quizá en una piscina. El cuerpo caliente y esponjoso como pan recién hecho.

Sombras en la noche, una pesadilla. Las manos de tu madre encendiendo el mundo, disolviendo los monstruos. Ordenando las cosas.

Carreras jadeantes, frenéticas risas, juegos de niñez en patios retumbantes.

Melancolía aguda de lo aún no vivido. Intuición adolescente del resto de tu vida. Deliciosa tristeza.

La carne, un tesoro. El vertiginoso misterio de los cuerpos. El amor estallando como una supernova y dejándote ciego.

Y también el desamor: un agujero.

Una noche de agosto en pleno campo, un alboroto de cigarras, una luna llena de color naranja que parece el decorado de un teatrillo japonés, el tiempo por una vez piadosamente detenido. La plenitud, que siempre es sencilla.

Mirar a un amigo, mirar a tu amante y ver en sus ojos el pasado común. Contemplarte en los otros como en un espejo.

La serenidad que llega tras las lágrimas. Y también todas las risas compartidas, los momentos de juego, las carcajadas dichosas.

Todos los libros leídos, las músicas gozadas, los besos recibidos. Y una conversación una tarde de invierno comiendo chocolate frente a la chimenea.

La alegría de vivir. Y la fugaz y espléndida belleza.

Una noche de angustia. Intuición de la muerte. Una mano en la tuya. La cama es una balsa en mitad del naufragio.

Una novela leída al lado del lecho de un enfermo mientras llueve.

Torbellinos de polvo en un rayo de sol, un universo ínfimo.

Un cabrilleo de agua. El último chispazo.

Esta poca cosa, o esta enormidad, es una vida.