viernes, 30 de enero de 2009

PELIGRO + OPORTUNIDAD


Si miras debajo de la alfombra, ahí está. Si buscas en el bolsillo de alguna vieja mochila, también. Y si rebuscas en el fondo de un cajón, y si lees el periódico, y si enciendes la tele. La crisis nos asalta por todos lados. Sálvese quien pueda...

Los chinos, para designar la palabra crisis utilizan dos caracteres: wei, que significa peligro, y ji, que significa oportunidad. Porque eso es una crisis, el peligro de hundirnos en el abismo y al mismo tiempo la oportunidad de superarlo y hacernos más fuertes.

Ojalá la etapa convulsa que estamos atravesando nos sirviera para aprender...

... que hay que evitar que las cosas que tenemos nos tengan a nosotros.

... que la riqueza que no se comparte o se usa para mejorar el mundo, empobrece al que la posee.

... que es preferible valorar lo que no tienes, que tener lo que no valoras, porque quien no valora lo que tiene, no valorará lo que desea si lo consigue.

... que no hay que rechazar lo bueno por desear lo mejor.

... que aunque no tengas nada, si te tienes a ti lo tienes todo.

... que recibe más quien ofrece que quien exige.

... que la soledad es incompatible con la riqueza cuando ésta habita en el corazón.

... que nunca se gana realmente cuando se hace a costa de que otro pierda.

... que tenía razón Antonio Machado al escribir que todo necio confunde valor y precio.

... que todos viajamos en el mismo barco. Mi bien hace bien al otro, y el bien del otro hace mi bien.

jueves, 15 de enero de 2009

COMPARACIONES

Las personas tendemos a hacer comparaciones con suma frecuencia; pero una cosa es comparar objetivamente –mi vecino gana más que yo- y otra hacerlo subjetivamente –mi vecino vive mejor que yo-. Otro ejemplo: fulanito tiene más cultura que yo... fulanito es más inteligente que yo. La hierba del jardín del vecino siempre parece más verde que la nuestra. Quien más quien menos se ha encontrado con alguien que le dice: “tú sí que vives bien... que no tienes que hacer esto, que puedes hacer lo otro...” Y solemos responder con la misma moneda: "sí, pero también tengo que... mientras que tú no...".

Es fácil compararnos subjetivamente, en base a una idea simplificada que tenemos del otro, pero la realidad personal suele ser más complicada. Quién sabe si eso que envidiamos del otro es una fuente de insatisfacción para él. Quién sabe si la persona que tanto envidias no envidia a la vez algo que tú tienes y no valoras.

Conviene desprenderse del hábito de compararse con los demás, porque si lo hacemos con gente supuestamente afortunada, nos exponemos a la envidia o al desánimo, mientras que si nos comparamos con gente supuestamente desfavorecida, podemos enorgullecernos tontamente.

El único modelo de comparación válido es aquel que fuiste –para saber en qué has cambiado y en qué dirección- o el que esperas ser –para saber si vas bien encaminado y poder encauzar tus pasos hacia el cumplimiento de tus objetivos. Pero puede ocurrir que si nos percibirnos peor que antes o no tan bien como esperábamos nos desanimemos y obstaculicemos el progreso, olvidando que éste a veces no es lineal, sino que puede retroceder en determinados momentos para volver a avanzar después.

Lo ideal, diría yo, es llegar al simple desinterés por compararse, ya sea con los demás o con uno mismo. Eso significaría que uno se acepta por completo a sí mismo y está tan inmerso en el presente, tan concentrado en el día a día, que no necesita analizarse. De esta manera el progreso sucede naturalmente, porque se dedica toda la energía a lo que realmente importa: la vida misma.