miércoles, 18 de julio de 2007

OTRA VIDA

A veces me da por pensar que tengo otra vida, que soy otro. Un muchacho que dejó los estudios y trabaja de repartidor, de mozo de carga o algo así. Alguien que tiene amiguetes con los que queda para jugar al fútbol los fines de semana y con los que sale de juerga, con una novia que está como un tren y trabaja de dependienta y es la mujer de su vida. Alguien sano y despreocupado, a quien le gustan las pelis de Bruce Willis, jugar con la Play y coleccionar posters de Playmates, que tiene una moto en la que a veces monta a la parienta y se va a pasar el día de puta madre por ahí, a Tarifa a la playita, o a la Sierra... O también pienso que soy alguien que tiene un alto cargo en un banco u otra institución, felizmente casado, con un niño de dos años al que adora y una amante explosiva que conoció en una conferencia. Alguien que toca el piano y juega al tenis entre semana, y que de vez en cuando hace una barbacoa e invita a sus amigos y... entonces se diluye mi pensamiento y vuelvo a ser yo, un muchacho que estudió psicología, que está haciendo un curso de masaje, al que le gusta el cine de Isabel Coixet y la música de Kepa Junkera, que quiere aprender a tocar la guitarra, que practica la meditación y que escribe a veces en un blog sin saber muy bien para qué. Eso es lo que hay, y no me quejo en absoluto.

domingo, 1 de julio de 2007

MIEDOS

Ayer estuve en el Tivoli con un primo, su novia y una amiga. Querían entrar en el pasaje del terror e insistían en que les acompañara. No me apetecía, pues recordaba vagamente que la vez que lo hice unos años atrás me decepcionó la experiencia. Sencillamente, no me asustaban los actores. Pero insistían y al final accedí a entrar. Debí haber aguantado. Pagué cinco euros por un paseíto en el que no sentí el menor sobresalto. Hasta ellos salieron decepcionados.
¿Qué miedo podía producirme alguien disfrazado de monstruo que no me podía tocar? Ya he tenido bastante con el catálogo de miedos que he padecido en mi vida: miedo a la soledad, a la gente, al sexo, al qué dirán, al ridículo, al sufrimiento... miedos que a veces alcanzaban una intensidad absolutamente paralizante.
Por experiencia he llegado a considerar el miedo como el mayor enemigo de la vida. Es una sensación que te limita, te paraliza, te empobrece, te corroe el corazón y la mente y te relega a la más vil mediocridad.
Pocas cosas hay más reforzantes que enfrentar el miedo y salir bien parado, comprobando que es una máscara vacía, una pompa de jabón, un absurdo cuento que te fuiste creyendo y que puedes volver a escribir a tu gusto.
Hace un tiempo escribí:

Cuando no se tiene miedo
la vida se pone de tu parte,
se ponen en marcha los sueños,
el tedio se pone a rifarte.

Cuando no se tiene miedo
lo de siempre es diferente,
el pasado importa un bledo
lo que cuenta es el presente.

Cuando no se tiene miedo
la suerte te pone en su agenda,
encuentras la llave del cielo,
tus ojos se quitan la venda.

Cuando no se tiene miedo
la vida cambia de color
y empieza a ser un juego
donde siempre gana el amor
.